lunes, 16 de marzo de 2020

Memorias de un inmigrante

Hoy cuando  las rodillas
dan límite a mis pasos seguros
por tus calles, bajo el sol,
Berisso, me hospedó y rememoro
tu crónica de luz.
Y te alcanzo en el tiempo de tu primer latido
de sal sobre la sangre,
con dieciseis caballos inaugurando sueños
de maderas y cinc.
Entonces iba clara la voz del saladero
rozando las riveras. Tu barro daba frutos
y las sinuosas túnicas de los primeros nidos
disparaban al viento múltiples reverberos.
De tu barrial, al borde, constantes se tendieron
las manos generosas para hacer
que arraigaran las esperanzas nuevas.
Los sueños espigaron. El sur de tu bañado
se pobló de profundas agujas de cemento
y empezó a encaramarse, rasguñándote el cielo,
la colosal silueta de tenaz chimenea.
Rindieron las canteras sus senos de conchillas
y te asomaste al puerto donde se recostaron
los barcos extranjeros.
Pájaros inmigrantes asentaron
buscando pan y paz
en tu casa, y tu los adoptaste sin
preguntarles nada.
Fue así que por las calles jugó la extraña
mezcla de innúmeros dialectos
y se unieron las razas para darte este rostro
riquísimo que hoy tienes.
Fluyó miel de tus islas. Frutales, petroleros
se alzaron tus costados
y grávidas libretas fueron las mensajeras
del queso y los fideos,
mientras se balanceaban colmados de pan
tibio, los carros en la lluvia.
A Europa, alzada en llamas, el luto le crecia
y sobre el mar, tu pueblo, tendió los
brazos pródigos.
Maduraba el trabajo. Al borde del Pampero
los lustras le rendían su asombro a los
canillas y asomándose al ámbito azul de los
tranvías filosofaba Isidro.
Canoas domingueras ahijaban cien
muchachas olorosas de hortensias
y el rubio Leen, estoico forjaba serpentinas
de acero entre sus brazos.
Sobre tu puente viejo trepaban las guirnaldas
del carnaval que andaba pintando
las veredas, en tanto por los bordes
y extrañando perfiles navegaban las casas.
De fiesta te ataviaste el día en que Teodoro
recostó allá en Los Talas su pájaro de acero
y María Barrientos eligió tus albores
para soñar en calma.
Y pasaron las huelgas, la inundación,
los fuegos, los días de luz verde,
el grito y aquel lujo de la primera nevada.
Cooperar fue tu signo.
Pagando mil insomnios alcanzaste franquicia
y sabia has perseguido tu ruta de grandeza.
Los primigenios hijos prolongan sus virtudes
en los retoños nuevos y están de pie,
te cantan, pintan tu norte verde,
se doblan en las viñas, proyectan nuevas
casas, son médicos, maestros,
vecinos que conjugan el verbo amar sin pausa.
Y yo voy a dejarte. Hace setenta otoños
que ando juntando sueños.
Me inclino hacia tu entraña y tu
te empinas alta, segura te encaminas
a un limpido futuro.
Estas predestinada a ser de las más grandes,

                                  Cristina A. Knoll

Fuente: Knoll, Cristina A. "Tiempos y bosquejos". Berisso, 1997.



Escritora berissense




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